Todos los candidatos ofrecen mejores salarios para los maestros y mayores inversiones en educación. Pero ninguno ha propuesto cómo resolver los problemas educativos que nos colocan en el vagón de cola en todo el mundo en comprensión lectora. Tenemos 2 millones y medio de iletrados, como hace 20 años.
Una de las razones por las cuales nuestros políticos no han sabido resolver nuestros problemas seculares, se encuentra en el desconocimiento de la cultura andina, vista con admiración en el extranjero, y despreciada por nuestra clase política tradicional.
Nuestra sociedad hunde sus raíces en una muy fuerte tradición oral. No es extraño por ello que la nuestra sea una tierra de grandes poetas y narradores. Nuestro pueblo desde tiempos inmemoriales, al igual que otras civilizaciones, ha desconfiado de los textos, de los sistemas procesales de sumarios interminables, de las leyes que aprueban los congresistas sin terminar de comprender. Es por eso que cuando uno visita los Andes, encuentra una población deseosa de escuchar de primera mano las propuestas que se ofertan.
Si antes hemos propuesto la formación dual, brindando la oportunidad a los jóvenes de estudiar agroecología al tiempo que trabajan; ahora nos parece interesante remarcar la necesidad de desarrollar una formación técnica para iletrados.
Para comprender el evidente desinterés de nuestros campesinos por acceder a la letras, tenemos que insertarnos en sus coordenadas socioeconómicas, para advertir que desde su punto de vista, otros conocimientos son mucho más importantes para resolver sus acuciantes problemas.
Los métodos audiovisuales, así como la enseñanza compartida con el trabajo, deben ser las herramientas básicas para brindar una educación realista, que permita al hombre del agro elevar la productividad de sus cultivos, utilizar de forma racional el agua cada vez más escasa en nuestro planeta, así como acceder a nuevos mercados.
No solamente en el agro es necesaria la formación para iletrados. Hay sectores como la artesanía o el turismo, donde nuestra mano de obra requiere de una mayor especialización, que no necesariamente pasa por las cartillas lectoras.
Un buen ejemplo del talento sin letras es el héroe aymara Thupa Katari, que venció reiteradas veces a los mineros españoles de Potosí en la real Audiencia de La Plata, al punto que uno de los jueces ordenó su homicidio. Thupa Katari no sabía castellano, leer ni escribir, pero su liderazgo al frente del pueblo aymara determinó que se tuviera cumplir, por ejemplo, la disposición real que ordenaba una jornada laboral de “sólo 12 horas”, la misma que hasta entonces era burlada.

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